El grito verde de Taiwán ante el ninguneo internacional

  18 Noviembre 2017    Leído: 544
El grito verde de Taiwán ante el ninguneo internacional
La isla asiática, marginada por China de los acuerdos globales del clima, se ha autoimpuesto acabar con la energía nuclear en ocho años.
En la sede del ministerio taiwanés de Asuntos Exteriores en Taipéi ya solo ondean 20 banderas y varias no son fáciles de identificar. Representan a los 20 Estados para los que la verdadera China es un país con la mitad de habitantes que España y más pequeño en extensión que Extremadura. Son los únicos que reconocen a Taiwán formalmente. Casi todos los demás países se rinden al hecho de que República Popular, la segunda economía del mundo y principal origen de las importaciones de un número creciente de naciones, es, sencillamente, la única China. En junio, Panamá fue el último país en cambiar de bando, de Taipéi a Pekín. Y fuentes de la Administración temen que no sea el único abandono en Centroamérica, feudo fiel a la pequeña isla asiática.

Ha pasado casi un año de que la presidenta taiwanesa Tsai Ing-wen llamara al recién elegido Donald Trump para felicitarlo y este lo publicara en su cuenta de Twitter. Aquel atisbo de reconocimiento internacional se ha esfumado. Este año Taipéi ni siquiera ha intentado el reconocimiento de Naciones Unidas, un ritornelo tan repetido como inútil desde que la China comunista ocupó su sillón hace 44 años. Por eso no puede firmar los acuerdos internacionales, entre ellos el Acuerdo de París contra las emisiones de gases de efecto invernadero, aunque con el estatuto de observador sí ha participado en algunas cumbres. La diplomacia creativa del país (a falta de embajadas oficiales, mantiene 92 oficinas en países que oficialmente no lo reconocen) ahora se tiñe de verde. No por casualidad la difusión del programa de visitas para periodistas extranjeros del que ha formado parte EL PAÍS casi se solapa con la conferencia anual de la ONU sobre cambio climático que se finaliza este viernes en Bonn (Alemania).

La presidenta Tsai se ha envuelto en una bandera verde con un plan de más de 200 iniciativas en favor del medioambiente. Una de las mayores apuesta por que en 2025 la isla quede libre de energía nuclear. De aquí a entonces se cerrarán las tres centrales que aún siguen en funcionamiento y que generan 12 de cada 100 megavatios producidos en el país.

El apagón nuclear forma parte de un proyecto mayor por las renovables. En los próximos ocho años todo el país se tendrá que ceñir a unas 'medidas perfectas': 20-30-50: 20% de la energía consumida saldrá de fuentes renovables (biomasa, eólica, solar: el Gobierno se propone instalar paneles en un millón de tejados y producir 3,5 gigavatios), 30% del carbón (ahora es casi la mitad del total, el 45,5%) y 50% de gas natural importado (ahora es el 20%).

Pero la senda verde se aventura difícil. Aunque la meta de París rija también para el país que no ha podido firmarla, Taiwán es y seguirá siendo un país muy dependiente del carbón. Aún es uno de los países con mayor tasa de emisiones de CO2 per cápita (11,73 toneladas al año), por encima de sus vecinos Japón (9,68) y China (7,45). El país introducirá en 2020 un sistema de comercio de derechos de emisión.

Y, aunque como en otros países industrializados la eficiencia energética del país mejora año tras año, hay que hacer entender a los taiwaneses que su electricidad será más cara tras el cierre nuclear. Cierto es que la catástrofe de la central japonesa de Fukushima en 2011 desacreditó esa fuente de energía (un 70% de la población la rechaza hoy), pero no tanto para que los contrarios al desmantelamiento nuclear dejaran de apelar al bolsillo. El anterior Gobierno, del partido Kuomintang, acusó las críticas por los fallos de construcción de una cuarta planta nuclear, hoy paralizada, pero su ministro de Economía replicó diciendo que si se detenía la producción nuclear del país la energía se encarecería un 40%.

El 15 de agosto, un apagón masivo se cruzó como imprevisto en los planes del Ejecutivo actual. Un fallo de una planta termoeléctrica, atribuido luego a un error humano, dejó durante varias horas a seis millones de hogares sin luz. A oscuras quedó incluso el Taipei 101, el rascacielos de medio kilómetro de altura, cuya imagen se filtra entre los abigarrados caracteres de led en chino tradicional de ese escenario de Blade Runner que es Taipéi. Tras el fallo, toca convencer a los ciudadanos de que el suministro energético, el alimento de su industria, va a ser estable y también que bajo el autoimpuesto yugo verde y la mayor dependencia exterior (habrá que importar más gas natural) crecerá la economía del país.

En la tecnología que hace falta para compensar con fuentes renovables la nuclear y el carbón se abre otro frente, con no poca pegas, y uno de sus escenarios está en las costas del país, azotadas por el viento. Los 169 aerogeneradores que la jalonan lucen como una de las joyas verdes de la todopoderosa Taipei Power Company, el antiguo monopolio estatal que hoy afronta su partición en diferentes empresas de producción y distribución. Los planes apuntan a instalar más y más torres, pero tendrá que ser mar adentro. “En la costa ya apenas hay sitio”, asegura Hang-Shun Lin, un ingeniero que muestra ufano los molinos plantados en los humedales de Gaoméi.

ElPais

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