La vasta pradera surcada por un sinuoso río que separa Turquía de Grecia ofrece una falsa imagen de mansedumbre. Las fuertes e inesperadas corrientes del que llaman los griegos Evros y los turcos Meriç pueden ser una trampa mortal para quienes jamás en su vida nadaron. Cuando llega la noche, caen las temperaturas y la humedad agarrota los huesos, cualquier infortunio puede significar la muerte. Éste fue el fatal destino de 12 refugiados el miércoles de madrugada, presuntamente devueltos en caliente.
Según denunció el ministro del Interior turco mediante un trino, las fuerzas de seguridad helenas se comportaron como "matones": "Doce de los 22 inmigrantes devueltos en caliente por las Unidades Fronterizas Griegas, despojados de sus ropas y calzado, se han congelado hasta morir", escribió. "La UE no tiene remedio, es débil y falta de sentimientos humanos", remachó. El mensaje venía acompañado de imágenes emborronadas en las que podía apreciarse ocho cadáveres de adultos y menores.
De acuerdo con el medio turco Sabah, los cuerpos aparecieron en la aldea de Pasakoy, en el distrito fronterizo de Ipsala, a menos de 10 kilómetros de la línea divisoria. La Delegación del Gobierno en Edirne informó del hallazgo de 11 personas muertas. Una más fue encontrada todavía con vida, pero sucumbió a los efectos de la hipotermia en el hospital. "No puedo ser salvada y murió", reza el texto, que informa de nuevos esfuerzos para esclarecer si pudo haber otras personas muertas tras una devolución.
Las denuncias de devoluciones en caliente son múltiples, algunas producidas incluso después de que los recién llegados hayan solicitado asilo a los representantes de la autoridad, tal y como es preceptivo. Con el argumento de la presencia de navíos en la frontera marítima que separa Turquía de las islas griegas, y la mayor brutalidad de los agentes griegos con los inmigrantes aprehendidos nada más entrar de forma irregular en su territorio, la frontera terrestre ha ganado interés para las rutas migratorias.
CRISIS DE 2020
Esta zona fue, a principios de 2020, el escenario del desafío migratorio de Ankara a la UE, consecuencia de su desacuerdo con la gestión europea del acuerdo de los refugiados de 2016. Al facilitarse la llegada de cientos de refugiados a la frontera, estos trataron de cruzarla por todos los medios. Al menos dos personas murieron por disparos de los agentes griegos -Atenas niega tal suceso-, en una reacción respaldada firmemente por Bruselas.
Según datos de ACNUR, en lo que va de año 95 personas han logrado cruzar la frontera terrestre turcogriega y pedir asilo en Grecia. La Dirección de Inmigración del Gobierno turco, por su parte, suma 11.561 detenciones de inmigrantes irregulares en su país, la mitad de los cuales son afganos. Los números son harto inferiores que los de años anteriores por estas mismas fechas, pero la situación hoy en día está condicionada por un factor crítico: el hartazgo de la población turca con los refugiados.
Después de un lustro siendo el país del mundo que más refugiados acoge, entre ellos 3,7 millones de sirios, el empeoramiento de la situación económica turca está propiciando conductas racistas y agresiones puntuales pero violentas. En la oposición, tanto el socialdemócrata Partido Popular Republicano (CHP) como su socio de coalición, el liberal IYI Parti, están construyendo su discurso político en torno a la promesa de devolver rápidamente a Siria a los refugiados de ese país, de llegar al poder.
El Gobierno no ha hecho oídos sordos ante el empuje de los opositores en las encuestas. Si el pasado octubre Ankara decretó la deportación de siete sirios, que habían satirizado en las redes sociales la denuncia de una mujer turca de que los refugiados tenían "incluso" dinero para comprar plátanos, esta semana hasta 150 más fueron expulsados. Uno de los afectados explicó en un vídeo que entre ellos había gente con papeles en regla y hasta matrícula universitaria, y que todos habían sido arrestados en Estambul.
"Un policía me detuvo en la calle al salir del trabajo, le di mis papeles de residencia, pero me llevó a comisaría", dice Ahmed Dinar, uno de los deportados, al medio Middle East Eye. "Ahora estoy en una calle de Azaz, en el norte de Alepo". Fuentes oficiales turcas niegan que la semana pasada se hubiesen producido deportaciones, si bien reconocen los controles callejeros para comprobar documentos. Los sirios bajo protección en Turquía no pueden salir de la provincia asignada sin un permiso policial.
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